Hace muchos años se encontró en una mina africana, el
diamante más grande del mundo. Se lo regalaron al rey de Inglaterra para que lo
llevara sobre su pecho y El rey lo envió a un experto en piedras preciosas para
que le diera forma.
¡No puedes imaginar lo que el experto hizo con ese
diamante! Tomó aquella gema de valor incalculable y le hizo una hendidura.
Luego la golpeó con fuerza y la piedra
quedó partida en dos.
Podríamos pensar ¡Que lástima! ¡Que error tan grande!
¡No, de ninguna manera!
Aquel golpe no fue casual. Durante semanas había
estudiado la calidad, los defectos y las líneas por donde la piedra debía
romperse.
El hombre al que se le había encomendado, era uno de los
expertos más famosos del mundo.
¿Piensan que el experto se equivocó? No, fue la
demostración de su habilidad.
Cuando dio aquel golpe, hizo lo único que podía darle a
la gema, la forma más perfecta, su mejor luminosidad y su máximo valor.
Aquel golpe que parecía ser la ruina de la estupenda joya
en realidad tuvo un efecto redentor. De aquellos pedazos, se confeccionaron dos
magníficos diamantes que solo el hábil ojo del artesano fue capaz de ver,
escondidos en la piedra que el Rey le envió.
De la misma manera, a veces Dios permite golpes tremendos
en nuestra vida. La ansiedad nos invade y nuestra alma clama angustiada por una
respuesta. El golpe parece injusto e inmerecido, pero no es así.
¡Tú eres la joya más preciosa para el Señor! ¡Algún día
brillaras en la corona del Rey de Reyes!
“Él sabe exactamente lo que debe hacer contigo. No te
preocupes, confía, porque sobre tu vida no caerá golpe alguno, que no sea
autorizado por el amor de Dios. Y cada uno de los golpes que Él permita, obrará
en ti una bendición y un enriquecimiento personal y espiritual nunca antes visto,
ni imaginado”
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