
Que desee la felicidad de todos los hombres y que no envidie a ninguno.
Que no me regocije con la desventura del que me ha hecho mal.
Que no logre ninguna victoria que pueda dañarme a mí o a mi oponente.
Que hasta donde alcancen mis fuerzas, preste toda la ayuda necesaria a mis amigos y a todos los necesitados.
Que pueda con palabras amables y consoladoras, al visitar a los que sufren, aliviar sus penas.
Que me respete a mí mismo.
Que mantenga en calma aquello que brama en mi interior.
Que cuando yo haya dicho o hecho algo malo, no espere nunca que los demás me lo reprochen.
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